LA VERDADERA HISTORIA DE MAZINGER Z



Si les digo que les hablaré de una historia, de gran éxito en los años 70-80, protagonizada por dos profesores, colegas, arqueólogos, que yendo de expedición a una tierra inhóspita, descubren los vestigios de una sorprendente sociedad antigua, y que uno de los dos, traiciona al otro, e intenta matarle para quedarse con el descubrimiento, con la alevósica idea de dominar el mundo… les sonaría, ¿Verdad?



Pues no… éste no es un artículo sobre Indiana Jones.

La historia en realidad, estaba protagonizada por los doctores Hell (Infierno) y Kabuto … Y el descubrimiento, no era un Arca Perdida, sino una tremenda colección de brutos mecánicos, robots gigantes de unos 20m de altura, con poderes devastadores, construidos y armados por una civilización remota pero avanzadísima a su tiempo. Infierno –el malo, cómo no podía ser menos con ese apellido-, acaba matando hasta al apuntador de la expedición, pero lamentará el grave error de dejar con vida a su colega Kabuto –el bueno- que es el único en escapar a la traición del demoniaco arqueólogo.

Y lo lamentará profundamente porque Kabuto, que es un arqueólogo atípico, demuestra ser un científico notable, descubriendo el Japanium –material de una dureza extraordinaria, que en España recibió el nombre de aleación Z-, y un mecánico de los que ya quisiera Alonso en Ferrari; pues inspirado en los brutos mecánicos, se decide a construir otro, que los superará con creces; uno contra uno, dos contra uno, o los que quieran contra uno,… m… para cada uno…

¿A que ahora sí que acertarían?... Claro, me refería a Mazinger Z…

Puños BREKAR de MAZINGER Z años 70


Y soy consciente de que me habrán contestado solamente los cuarentones más talluditos de entre los lectores de este blog -que son legión-, y que lo habrán hecho con vehemencia. Algunos gritando. Otros se habrán puesto a cantar la banda sonora de la serie de dibujos que revolucionó nuestra manera de ver la tele, los dibujos y por qué no decirlo, a los japoneses. Porque ríanse ustedes de Goku y las bolas de dragón: No ha habido una revolución más grande en la animación televisiva como la que protagonizaron Mazinger y Koji.

Mazinger en Tarragona
Hasta entonces, para nosotros, los japoneses eran los de Heidi, Pedro, Marco y Amedio… Sabíamos que eran los malos de las pelis de guerra y los perversos karatekas de las pelis de Bruce lee (leer como suena, “bru-ce-lé-é”).

En aquella época, las series -japonesas o no- eran historietas entrañables protagonizadas por muñequitos simpáticos, como Heidi y Marco, Superratón, Los Picapiedra, Yogui y Bubú, Tom y Jerry, la Abeja Maya y demás… ¿Quién iba a pensar que en los dibujos de la tele pudieran sacudirse estopa hasta la aniquilación del rival? Sólo hay que pensar que de los 93 episodios de la serie, en España se emitieron solamente 33, por las protestas de muchos padres (¿No se enteraron antes?) acerca de la violencia de los capítulos, cosa prácticamente inédita hasta la fecha. Y que la serie, fue la precursora de otras míticas. Por un lado, las que siguieron la estética de Koji, el joven conductor de Mazinger y nieto del científico Kabuto, enfundado en su ajustadísimo mono de cuero rojo, y casco ultrafashion, que inspiró a los Caballeros del Zodiaco, los Power Ranger o el Comando G… y las que se inspiraron en el robot; sin duda, el padre del genero “Mecha” –el de los grandes ingenios mecánicos- como Robotech, los Transformers, y últimamente Pacific Rim, que han sido los “hijos” deudores del androide gigante de japanium.

Hasta tan hondo nos llegó el robot que podía controlar “el terror y la maldad”, que los frikis, 40 años después, somos legión, y aún hoy en día se venden figuritas carísimas –“¡no son para jugar!”, dice el de la tienda- para adornar nuestros despachos y estanterías de adultos. Y en Tarragona, un seguidor, ha llegado a construir un Mazinger a tamaño natural (18m de altura) para solaz y peregrinación de los enfermos del mitomanismo manga.

La historia, como prácticamente todas las series japonesas de animación, nació en las páginas de los manga. Y el éxito de la versión de tinta en la revista Shukan Johen, permitió su traslado a las 625 líneas (a la tele, vamos).

El cómic, también llegó a nuestras fronteras. Hasta 6 volúmenes en tapa dura. Con el formato de los Axtérix y Tintín, pero no con tanto éxito. Le siguieron los cromos, que solían acompañar a cualquier serie de éxito de la época en los sábados televisivos. Y los pastelitos de Panrico, regalaron unos cromos troquelados, que había que chupar bien para eliminar los resquicios de chocolate, y doblarle las pestañitas de abajo para ponerlos de pie y poder jugar con ellos.







El producto estrella, sin embargo, fueron los puños de Mazinger, que accionados con una goma elástica interior, permitían la eyección contra los infelices compañeros de clase que no tenían la suerte de haberlos conseguido. Se acompañaba el disparo con la frase de la serie, “¡¡¡Puños fuera!!!” a grito pelado, que acentuaba mucho más si cabe, la rabiña y el resentimiento de la victima, y la posibilidad que ésta se rebotarse y pusiera al valiente a merendar tierra con toda la razón del mundo… Y es que ya se sabía, que los puños nunca fueron el arma definitiva de Mazinger, que solía vencer, tras sufrir no pocos guantazos, cuando accionaba el “fuego de pecho”.



Sí, el original ... lo que jugué con él. En ves de puños tenía cohetes
Para los curiosos decir que el final de Mazinger Z, fue de lo más cruel, y que con el robot prácticamente hecho puré, aparece para salvarle, su sucesor Gran Mazinger, que le pasa en altura, materiales (superjapanium) y armamento, dejándole a la altura del betún. Y para más INRI, este nuevo gigantón, parecerá un enanito a lado de la versión definitiva, años después, llamada Mazinkaiser.

PD.- Tan bien escrita está la entrada que no es mía... Es de nuestro colaborador misterioso que, de vez en cuando, nos deleita con su sabiduría en juguetes, tebeos y comics. Algún día le quitaremos su antifaz  y sabremos quién es. Mientras, darte las gracias por compartir y recordarnos nuestros recuerdos de la infancia preferidos. Gracias

Alberto Martínez







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